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domingo, 28 de marzo de 2010

Nueva versión más realista 2/2

Empezaba a llover oscuridad, y rayos de noche asustaban a los lobos que merodeaban por el bosque.
Caperucita avanzaba temerosa, con la manta roja sobre la cabeza y las manos, procurando calentarse a sí misma un poco. ¿Dónde estaría la casa de su abuela? Llevaba caminando ya más de 3 horas seguidas, y a parte de que ese cazador demente y la alcoholica de su madre le estarían buscando comenzaba a asustarse por los ahullidos de los lobos que escuchaba al horizonte.

Después de otra media hora de arduo camino, vislumbraba entre unos arbustos la esperanzadora esctructura de una casa de madera, una casa poco cuidada y con algún desconchón.
Se aproximaba a la casa y en el interior sin ella saberlo se libraba una intensa batalla.
La abuela de Caperucita estaba escondida en un armario, aterrada ante la invasión canina que había irrumpido en su casa.
Gracias a que la incursión le había pillado guardando unas ropas viejas en el armario había podido esconderse encuanto hoyó un ladrido y el crujir de la putrefacta puerta de madera.
Un lobo de impresionantes dimensiones avanzaba por el diminuto habitáculo de la casa, relamiéndose, pues sabía que había carne fresca, aunque vieja y arrugada, pero carne fresca que poder llevarse a la boca.
La abuela se puso tan nerviosa que le dio por llorar de pánico, y ahí comenzó su perdición. El lobo localizó esas ondas sonoras con su agudo oido, y avanzaba hacia la puerta el armario con hambre, mucha hambre.

Encuanto el hocico del animal tocó la puerta del armario, la abuela salió lo más deprisa que pudo por la puerta contigua, pero su longevidad y su poca forma se notaban demasiado, y no pudo hacer frente a todo el alubión de emociones que se le veía encima, se tiró al suelo, y asustada y entre llantos y sollozos, comenzó a rezar.
El lobo, un inmenso animal negro y gris por la parte inferior, se avalanzó sobre ella, mordiéndole la yugular sin piedad, y la pobre anciana pataleaba en el suelo, llorando lágrimas de sangre, suplicando a Dios que protegiera su vida, aunque sabía que estaba acabada.
El lobo zarandeaba la cabeza de la pobre mujer mientras esta soltaba sus últimas palabras: Unos patéticos gritos ahogados que sólo despertaban lástima, temor, y angustia.
Cuando la abuela hubo muerto, el lobo, ese inmenso animal, se dedicó a morder la cara de la anciana, desgarrándole la piel, y tragándosela sin masticar.
El cuerpo sin vida de la anciana (o lo que quedaba de él, ya que el lobo se había puesto las botas comiéndose su cabeza, un grazo, y parte de sus intestinos) yacía en el suelo sobre un charco de sangre que casi alcanzaba la plenitud del salón.

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Caperucita se acercó a la casa, y en las inmediaciones de la puerta ya preguntaba si había alguien ahí.
La emoción de volver a ver a su abuela se disipó encuento vio un hilo de sangre correr por el quicio de la puerta.
- ¿Abuela? - Las lágrimas empezaban a asomarse por sus ojos vacíos.
- Abuela por favor.. di algo..-
Se acercaba entre lágrimas a la puerta, e iba a coger el pomo de la misma cuando de repente la entrada se abrió de golpe, y el inmenso lobo surgió de la oscuridad del lugar, avanzando on la boca llena de restos de sangre, avanzó hasta un pequeño claro que había unos metros más alante, y después de otear el paisaje se hechó a dormir a la sombra de un árbol.
Caperucita ya se temía lo peor, y su corazón latía a ritmo de Jazz. Entró corriendo a la casa de su abuela, tan asustada que no se dio ni cuenta de los disparos que sonaban en el horizonte.
Frenó de seco, con la planta de los zapatos manchadas de sangre, y observó una mancha negra tendida en el suelo detrás de la cortina que separaba los dos habitáculos que comprendía esa diminuta estancia.
Avanzó lentamente, y su manita agarró el borde de la cortina que se apresuró a correr. Un insoportable grito salió de su pequeña garganta. Estaba viendo el cuerpo muerto de su abuela, mutilado y desangrado, Un cuerpo putrefacto sin cabeza y con las tripas fuera. La niña observaba con horror la mutilación de su propia abuela y tiró la desta de comestibles sobre él, para acto seguido salir corriendo despavorida entre gritos de aquel malholiente lugar.

Caperucita salió de la casa corriendo, sin mirar hacia ningún sitio, con los ojos llenos de lágrimas, y los zapatos llenos de sangre anciana. Corría muy rápido, y como no miraba más que a su propia autointrinsiquedad, se chocó de bruces contra la esbelta figura de un hombre, y cayó al suelo desplomada por el impacto.
Cuando se recuperó del trauma, alzó la vista y observó el inmenso bigote que calzaba el rostro de aquel señor, sus cejas pobladísimas y su poco pelo negro haciéndo remolinos sobre su cabeza.
- ¿Qué te pasa niña? - El cazador había reconocido a Caperucita. De hecho había sido su madre la que le había mandado a buscar a su hija.- ¿No tienes suficiente con lo que te da tu madre que también tengo que atizarte yo?
- ¡Ayuda, un lobo. Mi abuela, por favor!- Sus palabras brotaban de su garganta sin sentido, y repetía lo mismo una y otra vez. Aquellos ojos preadolescentes habían quedado sellados con la imagen de la muerte en su retina para el resto de sus días, y no podía hacer nada para evitarlo.

El cazador fue corriendo hasta el claro donde descansaba el lobo, y con los ojos inyectados en sangre, sacó su cuchillo de la funda de la cintura, y le asestó 25 puñaladas a la bestia mientras dormía. El pobre animal sólo había podido aullar sin éxito, y aquel cazador demente seguía apuñalando el cuerpo del animal con saña y sin piedad mientras gritaba "¡yo sacaré a tu maldita abuela de las entrañas de este demonio, yo!".
Caperucita, horrorizada, no hacía otra cosa, que gritarle al loco y peligroso cazador que parase, por Dios, que parase de una vez.

El cazador no puso fin en su empezo, y después de la centésima puñalada, la pureza de la preciosa hierba que brillaba frente a la luz de la luna se teñía carmesí en un halo bermejo macabro, y las entrañas del animal se desparramaban sobre el césped. El cazador sin ningún escrúpulo, metió la mano en las fétidas y calientes tripas del lobo, y rebuscó durante medio minuto más o menos, hasta encontrar lo que estaba buscando, la calavera de su anciana suegra. Después la elevó, y se la enseñó a la niña, que se tapaba el rostro con las manos.
- Aquí está la vida de tu maldita abuela. ¡Cógela y sé feliz, maldita sea!- El cazador le obligó a sostener la calavera sanguinolienta de su antepasado, y en ese instante, Caperucita Roja, esa pobre niña sin nombre ni identidad, comprendió que la única manera que podía ser feliz era gracias al suicidio.

2 comentarios:

  1. Madre mía. Bestial. Pobre niña, de verdad, y hasta me dio pena el lobo, de tanto que lo apuñaló el cazador...

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