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martes, 7 de diciembre de 2010

La última batalla de Weyard

No existía vestigio alguno de vida en más de 500 kilómetros a la redonda, llovía copiosamente, y el Monte Aleph emanaba humo llameante que se elevaba hacia el cielo. La llanura en la que se alzaba el Monte Aleph estaba completamente carbonizada, y los árboles y animales que antes la habitaban estaba sepultados, algunos vivos, tras casi 2 metros de incandescente ceniza.
A Casi 15 metros de esa capa de muerte gris, se alzaba Álex, y enfrente suyo, como a unos 5 metros, Hans, el jóven héroe de la aldea de Talé, ahora muerta tras una pompeyana sepultura de fuego.
Se observaban fíjamente, y sus miradas chocaban ígneas en la espesura de la lluvia, la cual atizaba sus rostros, y empapaba hasta sus huesos.
- Apártate y déjame lanzar la piedra al volcán. - Dijo Álex con una pasividad pasmosa.
Hans esbozó una leve sonrisilla, y su cuerpo comenzó a brillar. Desde sus pies, se abrían unos anillos de un color azúl clarísimo, casi blanco, que subían hasta su cabeza para desaparecer después, una y otra vez.
- Tendrás que matarme primero, Álex. - Dijo Hans mientras su cuerpo se envolvía en un halo de luz.
De repente, sin mediar palabra, Álex salió disparado, espada en mano hacia Hans. Sus ropajes grises y sus mitones de cuero salpicaron la cara de Hans, el cual esquivó el golpe cortante de Álex. Hans desenvainó su espada, y su cuerpo dejó de brillar.
- ¡Jamás podrás detenerme, soy el elegido del Sol Dorado! - Dijo Álex mientras lanzaba innumerables golpes sobre Hans, el cual los bloqueaba o bien se molestaba en esquivarlos, y a su vez devolvía las estocadas con su espada.
La lucha se alzaba ya a más de 20 metros de la incandescente ceniza, y las gotas de lluvia parecían cercenarse con cada golpe de espada. Hans se apartó, y con gran energía, se avalanzó sobre Álex asestando una puñalada perfecta, la cual esquivó su contrincante con gran agilidad. A Álex se le ilunimaron los ojos, y golpeó en la espalda a Hans con la empuñadura de su espada, el cual cayó. Álex se incorporó, y el cuerpo de Hans comenzó a brillar de nuevo. Sin comerlo ni beberlo, un temblor sacudió Weyard, y un gran pilar de roca maciza emergió de entre las cenizas, salvando al Adepto de Tierra de que las brasas llameantes acabaran con su vida. Hans aterrizó en posición defensiva y dio un salto, el pilar de roca se resquebrajó y se desintegró en mil pedazos. Hans lanzó otro golpe durante el salto con su espada, pero Álex consiguió zafarse de un rápido movimiento. Seguidamente, el Guerrero de Agua colocó rápidamente su mano derecha sobre el pecho de Hans, y una fuerza acuosa brotó de sus entrañas, haciendo que Hans saliera despedido varios metros, reincorporándose rápidamente.
Ambos se miraron, jadeando y exhaustos, mirándose de nuevo espada en mano. Álex no se rendiría sin luchar. Pensaba volver a liberar el Sol Dorado que destruyó Weyard hace más de 30 años, y Hans no íba a ser, ni mucho menos, su impedimento. Al menos eso pensaba él.

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