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lunes, 17 de enero de 2011

La búsqueda de la felicidad (parte 2)

En cuanto salió de la cueva, los ojos comenzaron a dolerle a causa del sol. Los luminosos rayos de vida penetraron en su cerebro y recubrieron su piel, haciéndole cerrar los párpados. Comenzó a llorar, y los ojos le ardían como mil demonios,pero no le importaba en absoluto, es más; Disfruaba de ese dolor, como un dolor purificador, que le hacía sentirse libre.

Un intenso aroma a rosas y azahar innundó sus pulmones. Disfrutaba cada bocanada de aire, olía a libertad. La suave brisa que mecía la hierba atraía esos dulces aromas desde la dehesa, casi al horizonte, antes del alzamiento de dos magnificentes montañas, perfectamente esculpidas e incrustadas en la tierra, de forma puntiaguda, pero agradable a la vista debido a su progresiva difuminación nivosa conforme se alcanzaba la cima. Quiso gritar, pero sus cuerdas vocales estaban demasiado deterioradas de pedir auxilio días atras, sin embargo, un cosquilleo hormigueante le recorría el vientre, más adelante el esófago, hasta llegar a la garganta. Un grito casi gutural salió directamente del alma al exterior, y gritó. Gritó hasta no poder más. Un grito que volvía a hacerle sentir la libertad hecha sonido. Después de expulsar todas sus fuerzas en un fortísimo alarido de alegría, absorbió de nuevo todo el aire de una sola aspiración, y llenó sus pulmones de ese olor azucarado que le envolvía en un virtualismo onírico más allá de sus propias sensaciones.

Intentó abrir los ojos muy despacio, entre llantos de felicidad, y visualizó la materialización del murmillo tan dulce que había escuchado en el interior de la cueva a su derecha. Desde la esquina superior izquierda de las rocas que conformaban la entrada de la cueva, se desprendía temerosa una cataratade agua cristalina, desembocando en un lago de unos doscientos metros de diámetro. Notaba el agua salpicando en su rostro, y sintió como si le acariciara el mismísimo Dios en persona. Observó entre lágrimas el agua impoluta del manantial, y pudo vislumbrar un par de cervatillos jugando en la orilla.
No lo pensó dos veces; echó a correr hacia el lago, y se sumergió en un deseo de clama de libertad. Todo el agua que bebió se podía contar por litros, y mientras gritaba y reía en el agua, una presencia observaba desde la orilla. Rápidamente, giró su cabeza al percatarse de esa presencia, sin un color, piel, raza, voz, o cuerpo determinado.
- ¿¡Eres tú!? - Gritó de pie en la orilla del lago, empapado.
Rió a carcajadas. La angustia había desaparecido. Sólo quedaba la felicidad.

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