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domingo, 15 de mayo de 2011

Hoy he visto a la Luna

Hoy he visto la luna. Quiero decir, la veo todos los días, pero jamás la había visto así. Algo increíble.
Andando por la calle, noche oscura a ultranza y mucho frío en el ambiente. Tanto frío que incluso comencé a tiritar, y con las manos en los bolsillos alcé la vista, y allí estaba, redonda e impoluta.

No podía dejar de mirarla, jamás me había pasado algo similar. Un ensimismamiento asombroso, una fijación casi obsesiva. No podía apartar la vista de aquel astro que se alzaba brillante en el firmamento. No se veía nada más en el cielo, ni estrellas, ni aviones, ni nada que no fuera la escarificada cara de la Luna, mirándome impoluta desde allí arriba.

De vez en cuando unas nubes jugeutonas se acercaban para pasar delante suyo, y sentí una sensación de superioridad casi orgásmica. Me sentí del tamaño de un gigante, como si las distancias no existieran. "Parece como si no estuviera realmente tan lejos", Pensé. La veía tan grande y preciosa, redonda y amarillenta, con mares de montañas y cráteres en su superficie, pero como si pudiera llegar a tocarla.

Mi cerebro sintió que debía alzar los brazos en pos de ella, pero me mantuve sereno, y continué mirándola. Mientras recorría las tranquilas calles de Logroño, observé su brillo reflejado en los edificios y en la brea de las carreteras, y sentí una extraña sensación de fuerza y poder. Y seguía sin poder dejar de mirarla, y volvían a pasar finísimas nubes emborronando su imagen celestial, y volví a sentir la sensación de poder tocarla. Cada vez la sentía más cerca.
Se puede decir, que hoy he visto la luna, y mientras el frío me calaba en los huesos he sentido su presencia, como si estuviera a 2 palmos de mi. Durante unos minutos he sentido como si el universo no fuera, en realidad, tan grande, puesto que la Luna me ha mirado a la cara, y me ha pedido que no dejara de observarla.

No existían ni siquiera las estrellas, sólo se alzaba ella magnificiente en el cielo, grande y redonda, con una textura muy parecida a la de una bola de helado de vainilla. Pareciera como si se fuera a derretir en cualquier instante, como si pudiera darle un bocado y sentir una explosión de sabor celeste.

Continué andando por las calles logroñesas semidesiertas, y sentí más cerca el satélite. Sentí que estaba ahí, que casi podía acariciarla. Sentí que la Luna me hacía el amor de forma visual, como el nivel ulterior del placer carnal, como la virtud suprema de la entelequia sexual. Como si su deslumbrante reflejo solar pudiera abrazarme desnudo y sentir luminosa como el día la oscuridad nocturna que la Luna me aluzaba desde su trono orbital infinito.

Hoy, he visto a la Luna, de la forma más visceral, clara, literal, llana, taxativa, carnal, plena, e incluso lujuriosa de la palabra.

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