Toda esa rabia encerrada deseando salir, empuja tu pecho sin
parar, latiendo muy fuerte, cada vez más fuerte. Toda esa ira psicótica
desencadenada dentro de tu ser, como una bestia que busca una nueva víctima
para alimentarse, todo ese deseo de hacer el mal, de ver sufrimiento en los
ojos de tus enemigos. Esa desesperación que grita, esas voces que susurran
muerte y desconsuelo mientras, con las manos rodeando las rodillas, las
lágrimas tocan el sucio suelo en el que te encuentras, y un escalofrío recorre
tu espalda buscando llegar al corazón para mancharlo de nuevo. Y aprietas los
dientes a la par que los puños, buscando entre sangre y vísceras algo vivo para
poder acabar con ello, algo de tranquilidad en este infierno, algo de cordura
en esta necedad sin sentido ni rumbo, algo de compañía en esta perenne
oscuridad.
Un bostezo como descanso, un “no puedo más” pintado con sangre en
las paredes de tu habitación y un triste canto a la vida sin desear que llegue.
Sólo el deseo de morir, el deseo de encadenarse a algo irremediable, a algo
malo y sin ningún futuro que augure esperanza, rasgarse la ropa y reventarse la
garganta en un desesperado intento de ser libre, tratar de mirarse las manos y
querer estrangularse a uno mismo, querer sufrir como hacen sufrir otros a sus
iguales. Querer huir y no volver a soñar nunca más, ni pensar, ni respirar. Ser
humo, ser aire, ser brisa, convertirse en el azote del mundo de forma inconsciente.
Con la sangre de tus enemigos manchando tus zapatos, y un llanto desconsolado
brota desde lo más profundo al darte cuenta de lo ocurrido. La muerte llegó a
manos del frío, a manos de temblores solitarios, a manos de la propia muerte
vestida de ángel, la puta muerte, la puta muerte.
Que la oscuridad te encuentre llorando su pérdida, y sentir
en su seno la verdad, la paz, la calma, la calma por fin, la calma que jamás
debió irse. Un consuelo cobarde y pobre que sólo puede entender muriendo, matando,
matándote, sintiendo tus lágrimas suicidarse desde el punto más alto de tu
tristeza, desde el nivel ulterior de la decadencia y la maldad. Y maldecir la
bondad, maldecir todo lo bueno, rabioso y sincero. Puro pero manchado. Ladrón,
necio, cobarde, bastardo, ignorante, violento, rabioso, impotente, asesino.
Y con la cara congestionada, con los dedos de tus manos
apretando tu nuca, como tratando de arrancar una máscara pegada, y las lágrimas
asesinando tu cordura, decirle a la vida que la odias, que no vuelva a
aparecer, que no se le ocurra ser soñada, ser más presente, ser más persona.
Querer irte, arrancarse la garganta con las uñas y ahogarte en tu propia
sangre, morir de frío y de miedo y clamar al viento que te lleve con él. Lejos,
allá donde se pierde el recuerdo de lo que fuiste. Allá donde nadie, jamás
pueda encontrarte. Desaparecer por completo, ser la nada, y que la nada te
lleve.
Y después de la tormenta llega la calma. Y si la calma no
llega, sólo queda el más absoluto y ensordecedor silencio.